mércores, 17 de febreiro de 2021

Cuento de Carnaval por Enrique Freire

Hace años, con mi grupo de trabajo, y solo en
 años impares, viajaba en Febrero a Las Palmas de Gran Canaria. Acudíamos a un congreso de computación en el que el objetivo principal era aprender, contar, discutir, conjeturar, establecer contactos de cara a futuras investigaciones, abrir nuevas vías, restañar viejas heridas de litigios pretéritos, en definitiva, hacernos un sitio en el mundo matemático. Lo que no es óbice para que lo secundario fuese buscado, anhelado, disfrutado con deleite y pasión (quizá no desaforada pero seguro que supina). Los congresos científicos se caracterizan por el rigor, las sesudas sesiones, las controversias (a veces más vehementes de lo que se puede pensar). Pero, también, por las cenas con colegas y amigos de diversos lugares, los reencuentros (cada dos años en este contexto), las excursiones (organizadas por los organismos convocantes o realizadas motu proprio), las anocheceres en lugares paradisíacos (Mogán o Agaete o Tejeda), los amaneceres alrededor de una hoguera en una playa o en una sima remota (Américas o Roque Benatyga), con el silencio solo roto por las aguas deslizándose de forma inconsútil, libre, sobre la arena, una guitarra quejumbrosa por la sal, una armonía solo quebrada por algún que otro suspirar ante la belleza de las luces rielando en el agua ahora apacible, sedosa, un disco de los Sabandeños sonando tal vez en la lejanía, una isa o una folía.

La fecha no era elegida al azar. Coincidían esos días con la celebración del Carnaval. Y esta báquica celebración siempre me ha resultado emocionante y entrañable. Cada año deseaba la llegada de dos fechas:

carnavales (con lo que eso representaba de ruptura de lo canónico) y San Cristóbal, fiesta del pueblo donde me reencontraba con Ana, Marta, Claudino, José, Joseíto, Lourdes,... Pero el advenimiento del carnaval no solo me fascinaba por la transgresión o por la idea de falta de control o por los días de libertad casi absoluta o por la exaltación de la risa, del canto, de la jarana, de las noches sin fin, de las comidas pantagruélicas (y, ahora me sorprendo, nunca saciantes). También por lo que concierne al disfraz, a ser otro, a, por unos días, mostrar una faz diferente, voltear los rostros ariscos en amables, lo flemático en ligero, lo vaporoso en orgánico, lo indolente en sensual. Alguien poco proactivo se convierte en promotor de diversiones y distracciones; una persona abstrusa se torna evidente; el individuo introvertido se transforma en dinamismo feraz en sus discurrires y hablares; el lobo estepario se verbaliza en un Siddharta; el doctor Jeckyl lucha por ser Fausto, por alcanzar ese vigor creativo que le permita hacerse uno con la Melodía Atemporal. Soñamos todos con ser el doctor Moreau, creador de ensueños y quimeras.


Fredic March

De niño, aparte de ávido lector, era un devorador de cómics: TBO’s, Marvel, Mortadelos, DDT, Pulgarcito,... Acudía todas las semana al quiosco del señor Joaquín, policía municipal retirado que, al jubilarse y para complementar su exigua pensión, abrió una tienda donde yo cambiaba, por 25 pesetas, mis tebeos. Y, entre todos esos personajes, fui configurando mi arquetipo de ente o ser en que transfigurarme en algún momento. La elegancia de Visión, el supremo poder de Thor, la flema del Doctor Extraño, la parsimonia ante sus quebrantos de Rompetechos, la alegría innata de don Óptimo, la frase aliviadora de la abuela de Agamenón, las trepidantes aventuras de Mortadelo, maestro del disfraz y de las despersonalización, la paciencia del inquilino de la alcantarilla de Rúa de Percebe 13, la lisonjería de Spiderman, la ciencia de Richard Reeds, la presciencia del profesor Xavier,...



Mi primera caracterización surgió en casa de mis abuelos cuando, por necesidades de almacenaje del grano, tuvieron que construir otro hórreo. El Patriarca, imbuido de su prepotencia y vanidad y grandilo- cuencia, heredada por todos sus descendientes y sublimada en la segunda generación, decidió hacerlo de granito, sobre un pedestal de piedra de varios metros de alto, bien oreado, con una hermosas escaleras de hormigón, en las cuales jugábamos los guajes montando y desmontando radios, bicicletas, carrilanas que hacíamos con palés y ruedas de patines (desde mi casa hasta el pueblo había una respetable pendiente y era extraordinariamente divertido bajar veloz y con el riesgo (y la tangible realidad) de saltar la breve valla que nos separaba del río y caer a sus aguas). Los albañiles tenían martillos de piedra y uno de ellos semejaba de tal forma a Mjö lnir que me apropié de él. Un par de plumas de oca, un casco de vikingo donde colocarlas, una cortina rasgada simulando un mantón, unas muñequeras de cuero sisadas, seguramente, del establo de los caballos, la faldita del traje de romano, un peto con seis círculos y ya era Thor, iracundo, despiadado con el protervo, benevolente y tierno con la víctima, lanzando mi martillo contra los árboles tirando cere- zas, ciruelas, peras, incrustándolo en las calabazas, devastando los pimientos y los judiones y los tomates,ensuciando la ropa con la mala puntería (¡ojo con la que está a blanqueo!), intentando pescar truchas y salmones, aterrorizando a los martines pescadores y a los mirlos y a las urracas, invocando rayos y centellas que domeñasen al monstruoso y maligno y aleve Loki, simulando volar con el brazo bien estirado y la capa henchida de viento haciéndome leve, etéreo, divino, ...

Y, desde entonces, la sincera comprensión de algunos desafueros provocados por el exceso. ¿Quién no ha comida orejas o callos o grelos o garbanzos o chorizo o costilla u oreja hasta que su cuerpo le pide tregua (oye, espera un rato antes de deglutir más)? ¿Quién no se ha dejado seducir por los días encadenadas (ya descansaré cuando termine)? ¿Quién no ha embromado a algún amigo en una fiesta de disfraces con silencios prolongados, con chanzas, con chascarrillos, con alevosos comentarios (hay algo que crispe más que ver la breve manita de Chucky girando el picaporte de una puerta lentamente, deleitándose en la escasa velocidad de apertura, anticipando el mal que va a hacer)? Y, quién, en el parque de Santa Catalina, en Gran Canaria, no se deja seducir por el ambiente del festival de drag queens, la música y las imágenes estridentes (Abba y Dancing Queen, Terence Stamp y Priscilla, la reina del desierto, Stanley Kubrick y Eyes wide shut), los bailes improbables o imposibles de esas majestades con ropajes rococós de descomunal peso, situadas sobre alzas de medio metro, con pinturas desmedidas, nerviosos, inquietos antes del espectáculo pero verdaderos artistas cuando suben al escenario? La primera vez que asistí a ese bellísimo espectáculo le dije a mi compañero y amigo José Luis (director del grupo) nada más terminar su actuación: Salamandra va a ganar. Y ganó. No recuerdo el traje o la canción, pero nunca olvidaré la alegría, la vitalidad, el virtuosismo, el dinamismo, la imagen quebradiza pero enérgica que, durante, cinco minutos, se impuso a nuestros pensamientos de forma tal que no podías hacer otra cosa que aplaudir y acompañar la música y bailar, desde tu asiento, con él.

Sí, un año más volveremos a divertinos. Mas, si hacemos cuanto sea menester para ser otros (ni mejores

ni peores sino diferentes), para que se imponga nuestra apócrifa creación, para que nadie nos reconozca, para ser invisibles pero ineludibles, ¿quién va a recibir esa dicha, nosotros en nuestra absoluta mismidad o nuestro alter ego en su parca existencia? ¿Y si, algún día, esa nuestra nueva personalidad decide arraigarse en el aquí y no esperar a que la reclamen en el futuro? ¿Y si, en algún momento, debemos luchar con el gólem para someterlo y permitirnos volver a ejercer de nosotros mismos? ¿Será esta una pelea cruenta, sangrienta, donde las entrañas dejen de serlo, donde solo puede quedar uno o, tal vez, podramos doblegar las leyes de la física para poder compartir existencia con nuestro ectoplasma, no desdoblarnos ocasionalmente en Jeckyl y ocasionalmente en Hyde sino coexistir, ser coetáneos, comer, pasear (aunque no habléis), divagar juntos?


Enrique Freire

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