Almudena Grandes |
Este año tengo la suerte de poder recomendar con el corazón en la mano, sin trampa ni cartón, tres novelas escritas por mujeres. Nada se opone a la noche, de Delphine du Vigan; Las poseídas, de Betina González; Daniela Astor y la caja negra, de Marta Sanz. Tres miradas diferentes, desde París, desde Buenos Aires, desde Madrid, sobre el universo de las mujeres erróneas, esas que nunca acertamos a ser lo que se espera de nosotras. Tres desgarradores relatos sobre la amistad, la relación entre madres e hijas, y la confusión compartida, amores dolorosos, muy diferentes entre sí, pero capaces de inspirar libros espléndidos.
No olvidemos a los hombres. Insisto en Lobisón, de Ginés Sánchez, una asombrosa historia de hombres-lobo situada en la España contemporánea, una primera novela valiente, conmovedora, originalísima. Intemperie, la ópera prima de Jesús Carrasco, ha logrado la proeza de dar que hablar en un territorio, el de la información cultural de ahora mismo, tan hostil como el escenario donde sitúa a su desvalido protagonista. Tenemos además la ocasión de celebrar el retorno a la narrativa de un escritor extraordinario, Felipe Benítez Reyes, que acaba de publicar un excelente libro de relatos, Cada cual y lo extraño.
La literatura es el sudario que la reina Penélope teje de día y desteje de noche desde hace muchos siglos. Desde que ella ideó esa estratagema, mucho antes de que se inventara la televisión, muchos hombres y mujeres han consagrado sus vidas a continuar su labor, tejiendo y destejiendo un relato universal, imprescindible.
Ese tejido está ahora en sus manos.
Por favor, no corten los hilos.
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