martes, 28 de xullo de 2020

Juan Marsé y otros

Juan Marsé: el penúltimo de la Escuela de Barcelona.  Enrique Freire
 

Hace un par de días murió Juan Marsé.

Este  lunes 20 de julio, paseando por As Galeras,  me entretuve observando la demolición de una casa en el borde del acantilado que une Santa Cruz y Bastiagueiro, sobre la playa de Bastiagueiriño. Y, entonces, recordé el comienzo del libro con la prosa más delicada, más sutil, más diáfana que haya quedado prendida en mi memoria, La oscura historia de la prima Montse: 
El verano pasado, el viejo chalet de tía Isabel fue condenado al derribo. Cercado por rugientes excavadores y piquetas, aquel jardín que el desnivel de la calle siempre le mostró en un prestigioso equilibrio (...) al ser ampliada quedó repentinamente como un balcón vetusto y fantasmal colgado en el vacío (...).

Y, también entreví en mi memoria las maravillosas horas pasadas en el Jardín de San Carlos en Coruña, leyendo los libros que, como lector, podía extraer de la biblioteca González Garcés. Allí comenzó mi fascinación por los escritores catalanes, comenzando por Josep Plá (quien, en un confinamiento similar al que acabamos de pasar ocasionado por una gripe que mató, entre 1918 y 1920, a 40 millones de personas en todo el mundo, escribió El cuaderno gris). Y, después, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Hortelano, Juan y José Agustín Goytisolo (Cartas a Julia es un hermosísimo poema musicado maravillosamente por Paco Ibáñez y, en Galicia, reinterpretado por Los Suaves), y el, para mí, más excelso, Eduardo Mendoza.
Eduardo Mendoza
Casi todos han muerto (creo que sólo Mendoza sigue vivo). Aunque la OMS ha decretado que la vejez es una enfermedad  y, por ello, objetivo prioritario de investigación médica, las personas provectas (todos habían  nacido alrededor de la década de 1930) todavía son visitadas por la Parca para afrontar un viaje sin retorno (el gran José Saramago indagó con su acertada prosa qué podría pasar si la Calavera no hiciese esa tarea en su impagable Las intermitencias de la muerte).
La Huesa también recogió últimamente a Carlos Ruíz Zafón (El cementerio de los libros olvidados), a Enrique Castellón Vargas, más conocido como el Principe Gitano (quién no ha visto su inenarrable inter- pretación del famoso In the ghetto de Elvis Preley), a Chuck Berry (emocionante el vídeo donde canta You never can tall con un arrobado y entregado Bruce Springsteen y memorable el vídeo de la actuación de este en Leipzig cantando, a petición del público, esa misma canción), a Luis Sepúlveda (Un viejo que leía novelas de amor), a Ennio Morricone (recomiendo escuchar con detenimiento la banda sonora de Los odiosos ocho por la que tampoco le dieron el Óscar), a ... tantos que es imposible mencionarlos a todos. Y, cómo no, también han muerto insignes matemáticos: Michael Atiyah,  Louis Nirenberg,  Katherine Johnson,  John H. Conway,...
Volviendo al Marsé, leí ávida y fervorosamente todo lo que hasta aquel momento había escrito (El amante bilingüe, Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, El embrujo de Shangai, Si te dicen que caí,...) y, posteriormente, vi las películas rodadas (casi todas por Vicente Aranda) sobre esos originales. Han sido muchas. Y eso tanto por sus fascinantes personajes como por las curiosas relaciones entre ellos como por la rotunda forma de diseccionar las enormes diferencias sociales en una sociedad donde las miradas torvas entre la gente burguesa del Club del Mar y la gente del extrarradio (muchos charnegos no adaptados al país catalán) a veces llevan a situaciones truculentas aunque la tentación de allanarla es clave para el desarrollo vital y emocional en muchos de esos personajes. 

Pasaron muchos años sin retomar sus libros. Pero hace aproximadamente un lustro, vi los podcast de un programa de crítica literaria, Libros con uasabi, dirigido por el controvertido Fernando Sánchez Dragó (aunque, no lo olvidemos, escribió  Gargoris y Habidis). En uno de ellos entrevistaba a un excelente y arrollador y en ocasiones grandilocuente y en ocasiones delicuescente escritor peruano, Jaime Bayly, quien presentaba su trilogía Morirás mañana. Cuando relataba, grosso modo, la historia de los crímenes perpetrados por el protagonista de estos libros, mencionó su difícil relación con Marsé a quien había ficcionado en el primero.
Y volví a recordar qué prodigiosa literatura creó. Y qué personajes (el Pijoaparte es el paradigma de macarra, la familia Claramunt es la referencia burguesa por excelencia, la sordidez de los barrios marginales de Barcelona está prodigiosamente descrita, ...). Y me vi impelido a una relectura de su obra donde confirmé por qué Juan Marsé es uno de los mejores escritores en lengua castellana.Cualquier libro de Juan Marsé es un prodigio de prosa incluso poética (algunas descripciones son dignasde un vate: 
Ni un mueble quedaba, ni una silla, ni un cuadro. Jamás hubo nada mío en la torre de mis tíos, pero ahora tenía la sensación de que la mudanza se me había llevado algo muy personal. (...) Al otro lado de la ventana, las grandes bocas melladas de acero hurgaban en las cálidas entrañas del jardín (...)), pero yo me decanto por La oscura historia de la prima Montse. No es cuestión de calidad literaria (toda su obra está impregnada de ella) sino porque es la primera que recordé al ver demoler un chalet en el paseo As Galeras por su ampliación...
Enrique Freire

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