luns, 10 de agosto de 2020

Lecturas en 1ª persoa


Quid pro quo.

No todos disfrutamos con el mismo tipo de literatura. Lo que para uno puede ser una obra maestra (La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier) para otro puede ser algo pétreo e interminable.
Elegir el libro adecuado para incentivar y consolidar ese hábito es una tarea de ensayo y error (el famoso “trial and error” que propugnan los matemáticos para poder avanzar en su estudio y que tan poco estimulamos en la práctica).
No soy amigo de recomendaciones literarias. Mis gustos (gestados en un autodidactismo absoluto) no me habilitan para esa ardua tarea. Sólo lo hago en círculos muy próximos y única y exclusivamente a petición de terceros (grosso modo, tal como presentó Lope de Vega su famoso soneto “Un soneto me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto en tanto aprieto (...)”).
Con quien no tuve reparos a la hora de hacer proselitismo fue con mis hijos. Siendo muy diferentes intenté aproximar a cada uno a la lectura analizando sus personalidades (craso error, por cierto, el de pretender psicoanalizar sin preparación específica a los demás, pero jamás pretendí ser perfecto).
Con el mayor, bullicioso, imaginativo, soñador lo tuve fácil: El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien. La edición que tenía (adquirido en el desaparecido Círculo de Lectores) era un excelentemente encuadernado libro de tapa gruesa que rondaba las 1200 páginas. Casi no cabía en sus manos (tendría unos 9 años) pero lo paladeó de principio a fin mientras escuchábamos a un grupo elegido ad-hoc para esa lectura, Tom Bombadil (sí, tomaron el nombre de uno de los hobbits que ayudan a Frodo y a Sam. (“El viejo Tom Bombadil era un alegre sujeto, de chaqueta azul brillante y botas amarillas. Llevaba en su alto sombrero una pluma de ala de cisne”, lo presenta Tolkien), castellonense y con canciones muy divertidas y eufónicas, de cierta raigambre celta, muy atinada para esa tarea.

El pequeño, más introspectivo, más reflexivo, más elucubrador, me condicionó algo más (de hecho, no fui capaz de elegir uno solo, sino que tuve que recurrir a dos): La voz de los muertos del alabado escritor, pero vituperado por sus opiniones religiosas Orson Scott Card, e Hyperion del extraordinario Dan Simmons. El primero es la continuación de El juego de Ender y es profundo, sesudo, entrañable, con unos personajes inolvidables (los cerdis, los lusitanos, la reina Colmena, la descolada,). El segundo, recreación en el espacio-tiempo futuro de Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, nos presenta al siniestro Alcaudón, al alter ego del poeta John Keats.
Como contrapartida, cuando llegó el momento, hice caso de su consejo cuando me recomendaron (a dúo) La sombra del viento del recientemente fallecido Carlos Ruíz Zafón al que conocían de sus libros dedicados a jóvenes. Y, me encantó. Quizá no me llamó tanto la atención el resto de libros de la tetralogía El cementerio de los libros olvidados (por cierto, muy recomendable el libro de título semejante La biblioteca de los libros rechazados de David Foenkinos. No tan memorable la película rodada sobre ese guión.)


Últimamente han cruzado el Estigia algunos memorables escritores (Rubém Fonseca, impagable brasileño gestador del fascinante libro de cuentos Secreciones, excreciones y desatinos o Juan Marsé que es mucho más que El embrujo de Shangai) y algunos músicos que me han acompañado en esas lecturas
(Ennio Morricone (quién no se estremece escuchando El oboe de Gabriel por Jeremy Irons, Chuck Berry, guitarrista de azacaneada vida que compuso, por ejemplo, Roll over Beethoven, rockroll versionado en multitud de ocasiones (Beatles, ELO, Status Quo, Rolling Stones, ...), Peter Green, guitarrista de Fleetwood Mac (Albatros es una de esas melodías que perduran en nuestra memoria), (...)).

Durante varias temporadas escuché en la Radio Clásica un programa que se titula Música y pensamiento que refleja la para mí esa íntima imbricación entre música y reflexión literaria, como capas superpuestas impermeables a la desazón o al abatimiento

Enrique Freire

Ningún comentario:

Publicar un comentario