luns, 24 de agosto de 2020

A Palamós pasando por Bariloche



1.            El clan. (Andrew York, Home)



Viendo la despiadada película argentina El clan, donde la sevicia y el amor cohabitan en los deslumbrantes ojos azules de Guillermo Francella, sentí que más que una persona soy un proyecto.
Pertenezco a una familia que, al igual que el FC Barcelona es mucho más que un club, fue mucho más que una familia, fue un clan, donde los mayores siempre se han encargado de dar protección y estímulo a los pequeños. Y yo, como benjamín, recibí lo mejor de cada uno de ellos: el médico me enseñó a escuchar a Jethro Tull y a King Crimson; el matemático me hizo profundizar en el álgebra y la geometría; la historiadora me enseñó a disfrutar recorriendo criptas y cementerios; la aparejadora me ayudó a interpretar el arte de los prerrafaelitas y de Giorgio de Chirico; y el economista me condujo hasta Juan Marsé y Eduardo Mendoza.

2.            Lisboa. (Antonio Zambujo, Pica do 7)




Hace unos años estuve en un hotelito con encanto situado en lo más alto de la Alfama lisboeta, al lado del castillo de San Jorge. No era un hotel convencional sino una casa rehabilitada para el uso, disfrute y deleite del visitante. Como tal, disponía de una biblioteca donde encontré una rareza, un libro de José Saramago que no me recordaba en absoluto a su habitual y detallista escritura, Claraboya, sorprendente hallazgo de delicada lectura. Recordé que, de forma también azarosa, había descubierto a los escritores de la Escuela de Barcelona.

3.            Palamós. (Carlos Trepat, El noi de la mare)

En ese afán por proteger a los miembros más vulnerables del clan, en el año 19.., cuando terminó el curso y tras obtener unos buenos resultados, el economista me invitó a su casa de Palamós, situada frente a la playa (quizá en algún paseo coincidí con Roberto Bolaño). En su biblioteca encontré los típicos libros que cubrían (en el lato sentido de la palabra) las estanterías del mundo entero (Charlotte Brontë, Jane Eyre, Emily Brontë, Cumbres borrascosas, Jane Austen, Orgullo y prejuicio, Fedor Dostoievsky, Crimen y castigo, Leo Tolstoi, Guerra y paz...). Y cinco o seis libros de autores desconocidos para mí: Juan Goytisolo, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán.
Los leí ese verano y, desde ese momento, Marsé y Mendoza y Montalbán (Goytisolo y Hortelano no me calaron tan profundamente) me acompañaron de una u otra forma hasta hoy. Manuel en espíritu desde hace muchos años; Marsé hasta hace una semana, dando la espalda con su desparpajo a la existencia y Eduardo (algo más joven o menos mayor) sigue haciéndome reír y pensar (aunque no acabo de verle la gracia, que seguro tiene, El rey recibe).
Marsé me hizo apreciar una Barcelona que no era objeto de mi pasión. Me guio por calles y plazas que no entraban en mi bagaje (por cierto, ¡qué bien cantan Loquillo y los Trogloditas a esa Barcelona en Cadillac Solitario!).

4.            Bariloche. (Tatyana Ryzhkova, Libertango)


El patriarca del clan vivió buena parte de su vida en Bariloche, en Argentina, a los pies de la cordillera andina. Era un gran narrador (o hablador, siguiendo el fabuloso título homónimo de Mario Vargas Llosa). Incluso, viendo lo arraigado que estaba a sus paseos por la orilla del río Mandeo, entre los robles y los castaños y los cerezos, remojando los pies en sus frescas y netas aguas, observando a su paso el espigar esplendoroso del trigo, el rebullir de las hojas del maíz con una breve brisa ribereña, acompañado indefectiblemente por algún Gol, el sempiterno nombre que siempre llevaron los perros familiares, habría dudado de que hubiese salido del pueblo; pero el pasaporte, con sus respectivos cuños, refrendó sus viajes.
Él me regaló mi primer libro, Mi vida, de Christian Barnard, afamado cirujano cardiaco sudafricano y el primero en realizar con éxito un trasplante de corazón.
Y, al leer primero y releer después a Juan Marsé, me doy cuenta de que ha sido, también, un excelente narrador y, por esa familiaridad con mi intrahistoria, se ha convertido en un hito en mi personal biblioteca. Al igual que Jorge Luis Borges a quien el patriarca idolatraba y quedó prendido de mi memoria. Las historias que los personajes van desgranando (¿importa si reales o apócrifas?) crean una atmósfera singular (tanto, como el nombre que les asigna Marsé, las aventis).
No soy muy fan de la literatura de la posguerra, pero Juan Marsé me mostró una Barcelona dura, tensa, emocionante por la que pululan personajes en busca de redención. Y, aunque es mucho más que Si te dice que caí, quizá debiésemos comenzar por esta lectura, para enseñorearnos de las vidas y los relatos de quienes por ella pululan con mayor o menor fortuna.

 Enrique Freire

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